No importa cuál sea nuestra situación en la vida, todos enfrentamos desilusiones, lo cual puede conducir al desaliento. La desilusión es solo una respuesta emocional a una expectativa o esperanza fallida, ya sea porque los planes salieron mal o porque alguien no dio la talla. Pero el desánimo es un estado mental en el que nos volvemos débiles y perdemos la confianza en Dios, en nosotros mismos o en los demás.
Cuando Nehemías llegó a Jerusalén, sus habitantes estaban desanimados: la muralla de la ciudad había sido destruida, dejándolos vulnerables, y había obstáculos importantes para la reconstrucción. Pero los alentó a comenzar, diciéndoles que el Señor le había mostrado favor moviendo el corazón del rey persa para aprobar el proyecto. La confianza de Nehemías en Dios reemplazó la desesperación y el letargo de la gente con la esperanza del éxito, y los motivó para trabajar con diligencia.
Tenemos una opción: conformarnos con la desilusión y aceptar nuestro desaliento; o, como Nehemías, enfocarnos en el Señor, quien es más grande que cualquier problema. Aunque pueden persistir los obstáculos y las desilusiones, la Palabra de Dios cambia nuestra esperanza en cuanto a sus promesas, buenos propósitos, fidelidad y suficiencia (Ro 15.4). Con su poder, somos capaces de perseverar.