Uno de los valores que, con más empeño, tratan de transmitir los padres a los hijos es la sinceridad.

Desde pequeños, se les insiste en la necesidad de ser honestos, pero pocas veces les explicamos que sinceridad y empatía han de ir unidas. Cuando una verdad se expresa sin tacto, sin consideración por los sentimientos ajenos, se transforma en un acto cruel.

Los infantes son la personificación de la inocencia, la desinhibición y la expresión sin filtros. Debido al grado de desarrollo de sus capacidades cognitivas, muchas veces exteriorizan lo que piensan tal y como surge en su mente.

Esto puede resultarnos curioso y divertido a los adultos, quienes, con frecuencia, premiamos esas conductas con nuestra atención. No obstante, tan necesario resulta inculcar la honestidad como la capacidad para ponerse en la piel del otro.

La sinceridad en los niños

Mientras son pequeños, los niños están aprendiendo a comprender la vida y a manejarse en el mundo.

Niños dándose un abrazo para enseñar que sinceridad y empatía han de ir unidas.

Van observando las consecuencias que siguen a sus actos y a los de otros y, a partir de ello, escogen su conducta. Por eso, es común que en un determinado momento utilicen la mentira con diversos fines.

Pueden ocultar la verdad para librarse de un castigo, para conseguir algo que desean o para evitar decepcionar a sus padres.

En la mayor parte de las ocasiones, la habilidad de los niños para la mentira es bastante pobre y sus intenciones son evidentes a ojos de los adultos. Es en ese momento cuando comenzamos a repetirles que han de ser sinceros.

Los animamos y alentamos a decir la verdad y les explicamos, incansablemente, que mentir está mal.

La desinhibición natural de los pequeños, unida a esta premisa, los lleva, en ocasiones, a realizar comentarios que pueden resultar hirientes.

Todos hemos escuchado a niños decirle a otra persona que es fea, que tiene los dientes raros, que está gordo o que dibuja muy mal. Desde la ingenuidad y el desconocimiento, los infantes se expresan sin atender a nada más que a sus propios pensamientos.

Sus comentarios no surgen de la maldad, sino de la espontaneidad. Es tarea de los adultos (padres, familiares y educadores) ayudar a los pequeños a moldear su conducta. Enseñarlos a diferenciar entre mentira y consideración, y mostrarles que sinceridad y empatía han de ir unidas.

La importancia de la empatía

Las personas nacemos con capacidad empática, pero vamos desarrollando y puliendo esta habilidad a través de las distintas etapas del desarrollo.

No requiere la misma complejidad ni profundidad de análisis sentir empatía por alguien que ya está llorando y claramente herido, que anticipar cómo un comentario puede dañar las emociones de otro.

En realidad, para desarrollar plenamente la empatía, los niños necesitan alcanzar varios hitos importantes. En primer lugar, han de identificarse a sí mismos como seres independientes y diferenciados de sus madres.

Niña sonriendo porque ha aprendido que la empatía y la sinceridad han de ir unidas.

Más adelante, han de comprender que los sentimientos de los demás no son los mismos que los suyos. Y, finalmente, han de tomar conciencia de que cada persona tiene sus propios pensamientos.

Solo cuando logren realizar este complejo proceso, serán plenamente capaces de ponerse en el lugar del otro.

Solo entonces podrán inferir qué piensa y qué siente la otra persona, y cómo han de reaccionar al respecto. Pero está en nuestra mano, como adultos, facilitarles la tarea de ser empáticos. 

En primer lugar, explicándoles que nuestros actos y nuestras palabras tienen repercusión en los demás.

Que con nuestros comentarios podemos alegrar o poner tristes a las otras personas. Esto resultará más sencillo si lo ejemplificamos con sucesos cotidianos o nos ayudamos de libros infantiles o películas para abordar el tema.

Estas herramientas pueden servir para comentar juntos qué pensamientos y sentimientos creemos que están experimentando los personajes en cada situación y por qué.

Y, también, hemos de animarlos a pensar cómo se sentirían ellos si estuviesen en el lugar del otro.

Sinceridad y empatía han de ir unidas

A través de estos ejercicios, podrán comprobar que, en ocasiones, la verdad puede herir los sentimientos. Y que siempre es necesario tener esto en cuenta antes de exteriorizar una opinión.

Podrán comprender la diferencia entre mentir sobre la nota de un examen y omitir un comentario sobre el aspecto físico de otro. La honestidad es importante, pero sin consideración por las emociones ajenas, sin medir las consecuencias, puede convertirse en crueldad.

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