La soberanía de Dios se extiende sobre todas las cosas. Él es Omnisciente (lo sabe todo), por lo que nada está oculto a su vista. Y dado que Él es Omnipotente (Todopoderoso), ningún plan suyo puede ser frustrado. Todo en los reinos natural y espiritual, incluida nuestra salvación, está bajo su control absoluto.
Como el pecado ha oscurecido las mentes y endurecido los corazones, el hombre está excluido de la vida de Dios (Ef 4.17, 18). Por lo tanto, no podemos tomar el crédito por nuestra salvación. Esta comenzó en el corazón y la mente del Creador, quien nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo (Ef 1.4). Fue el Padre celestial quien abrió nuestras mentes para comprender la verdad del evangelio, nos convenció de nuestro pecado, y nos dio la fe para creer en Cristo como Salvador. De principio a fin, toda la salvación es un regalo de Dios a nosotros.
¿Por qué extendió Él su mano para salvarnos? Varias frases repetidas en el pasaje de hoy dan el motivo. Fue “según el puro afecto de su voluntad” y “para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef 1.5, 6). Somos los beneficiarios de la bondad y la salvación de Dios, por lo cual el centro de atención es su gloriosa misericordia, no nosotros.